EVITAR EL DOLOR
No hay mayor placer que el de poner fin al sufrimiento.
A veces está a nuestro alcance. Basta con identificar la causa y
eliminarla. Quitarnos un zapato prieto, una espina clavada en la piel.
El problema surge cuando duele sin una causa aparente sobre la que
actuar. El dolor ya no es el efecto de una causa sino algo en sí mismo.
– No tiene usted nada. Es todo normal.
– Me alegro, pero me dará algo que me quite este dolor. Es insoportable.
El calmante es a veces eficaz. “Funciona”.
La función evolutiva del dolor no es la de buscar algo que lo calme sino dar con la causa para evitarla.
Si aparece el dolor en la conciencia podemos y debemos concluir que
el organismo evalúa la amenaza de destrucción física de los tejidos de la
zona doliente y que incita al individuo a explorar conductas que lo
hagan desaparecer.
Si el dolor se va, coincidiendo con una acción, que puede ser la de
tomar un calmante, esa conducta quedará memorizada como eficaz.
Duele, luego hay una amenaza.
Tras una acción, el dolor se va. La amenaza parece que se ha disuelto.
La acción calmante queda valorada como necesaria por el organismo. La
solicitará en el futuro, cuando vuelva a aparecer el dolor en la
conciencia.
– Intenté no tomar nada, seguir con lo que estaba haciendo, sin
prestar atención al dolor. Al final el dolor se hizo insoportable y tuve
que ir a casa, meterme en la cama y tomar el calmante.
No es que el calmante haya disuelto el dolor. El cumplimiento de la
acción exigida ha puesto fin a la valoración de amenaza. Superstición,
placebo.
Se consolida así una estructura fóbico-adictiva. El organismo valora
amenaza sin haberla. El miedo se retroalimenta en espiral hasta que
aparece su expresión en la conciencia, en forma de dolor. Hay que
disolver el embrollo, cumpliendo con el ritual establecido: la acción
calmante.
El paciente sólo piensa en el dolor. Si se va, se conforma.
Para el organismo el dolor es un signo de confirmación del estado
evaluativo de amenaza (sesgo de confirmación). Si tras la acción
calmante el dolor se va, se confirma también la necesidad de esa acción
calmante para que desaparezca la amenaza. Otro sesgo de confirmación.
El dolor, en estos casos, en los que no existe una causa que lo
explique y justifique biológicamente, es el exponente de una disfunción
evaluativa. No son los genes, los alimentos, los estreses, las hormonas,
ni cualquier otro componente inofensivo de lo cotidiano.
Sólo hay errores de valoración de amenaza. Sesgos de confirmación.
En teoría, está claro lo que debemos hacer. Justo lo contrario a lo
que el organismo solicita. Proyectar la convicción de que todo está en
orden en la zona doliente y tratar de centrarnos en la actividad
importunada por el dolor.
El objetivo no es dar con la clave analgésica sino disolver el error evaluativo.
Hay que centrarse en la causa, en el meollo. De otro modo mantendremos viva la dinámica de los sesgos de confirmación.
– Tómese el calmante tan pronto como note el dolor…
No estoy de acuerdo. Al menos es discutible el consejo.
No sólo existe el corto plazo. Lo que hacemos impulsados por la urgencia del momento condiciona el futuro.
Si no hay otra cosa que un error hay que tratar de eliminarlo, desde
la realidad (no sucede nada amenazante) y el control desde esa
convicción.
No siempre se consigue pero hay que intentarlo.
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